Ricardo Garanda Rojas
(121215)
Mi teoría de lo
relativo:
del tiempo que
depende
del espacio que
ocupe.
Rápido, veloz
si las
posibilidades se expanden,
si la vida
parece
de amplias
dimensiones
con horizontes más allá
con horizontes más allá
de la propia
comprensión,
limites ilusos,
ficticios
más allá de las siluetas
nacidos en el
veinteañero anuncio
del absoluto
autocontrol esteta
y extendido
década a década
en grandilocuentes
círculos concéntricos
alejados aún del
gesto del renuncio.
Pero es el
tiempo mucho más lento,
casi
esperanzadamente congelado,
cuándo los muros
se acercan
y el agobio
vital del espacio
hace que brote
nuestro dolor
de los límites,
de la angustia
del final del
camino
viendo cómo aún
queda suela virgen
para gastar y no
cerrar en falso nada,
ningún proyecto,
ninguna promesa
ningún nuevo
contacto con vidas herederas.
El tiempo
siempre se agota
antes de lo
esperado
y el espacio se
achica con su final,
y de los grandes
paraísos infinitos
de las
revolucionarias arboledas
y la sensación
de otro mundo bajo los adoquines,
pasamos a
nuestra pequeña habitación
dónde oxidadas
chinchetas
mantienen entre
poemas y entradas de cine
los sueños escritos
en papel salmón.
Pasamos en el
mismo acto
a la poesía de
la impotencia,
la excusa de las
cobardías,
la justificación
de lo inalcanzado
en el estrecho y
decepcionante callejón.
Se hace insuficiente
cuándo el tiempo
lo achica.
Ya no hay
espacio
si la vida que
va quedando
se reduce a
esencias de esperas,
a miradas vigía
buscando el
final de un horizonte
que se acerca
agobiante,
si los
concéntricos sueños
día a día se
agotan.
No queda espacio
Si la vida está
rota.
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